Por Claudio Jiménez
Santo Domingo. El país aún no se repone del impacto que dejó la tragedia en el emblemático centro nocturno Jet Set, donde el derrumbe del techo de la icónica discoteca acabó con varias vidas y dejó heridas profundas, tanto físicas como emocionales.
Entre las víctimas, se encuentra el legendario merenguero Rubby Pérez, cuya muerte ha copado titulares, redes sociales, homenajes y análisis mediáticos. Y con justa razón: se ha ido una voz emblemática, una figura querida por generaciones.
Sin embargo, hay otras voces que también se apagaron esa noche. Voces que no cantaban merengue en los escenarios, pero que mantenían en pie, noche tras noche, el lugar donde tantos fueron a celebrar la vida. Me refiero a los camareros, técnicos, seguridad, personal de limpieza… esas figuras invisibles que, como muchas veces ocurre, no aparecen en las portadas ni merecen especiales televisivos.
¿Quién llora a Pedro, el bartender que llevaba ocho años sirviendo tragos con una sonrisa? ¿Quién menciona a Carla, una joven madre que trabajaba como mesera para costear la educación de su hija? ¿Qué sabemos de los técnicos de luces y sonido que murieron tratando de ayudar a evacuar el lugar? Sus nombres, cuando aparecen, lo hacen sin apellido. Como si su historia no importara. Como si fueran cifras, no personas.
La muerte no discrimina, pero el discurso público sí. Esta tragedia ha puesto en evidencia un viejo problema de nuestra sociedad: el valor que le damos a las vidas según su fama. Es más fácil conectar emocionalmente con una figura conocida, pero es profundamente injusto que el resto quede reducido a “otros fallecidos”.
Desde mi rincón en la provincia de Dajabón, quiero alzar la voz por esos “otros”. Porque también tenían sueños, familias, amigos. También merecen ser nombrados, recordados y llorados con la misma dignidad. No podemos seguir permitiendo que el anonimato sea el destino final de quienes, por no tener un apellido famoso, mueren en silencio también en la memoria colectiva.
Hagamos del duelo un acto de justicia. Nombrémoslos. Recordémoslos. Porque cada vida cuenta.