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viernes, abril 25, 2025
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«En un TRIÁNGULO AMOROSO, cada quien representa una herida diferente que sangra a su manera.

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EL AMANTE, usualmente portador de un patrón de apego ansioso, se sumerge en la relación con la intensidad de quien ha encontrado un oasis en el desierto. Su historia previa de abandono lo lleva a romantizar la clandestinidad, convirtiendo cada encuentro furtivo en una prueba de amor épica. Se convence de que el amor verdadero debe ser sufrido para ser real, y en su autoengaño, interpreta cada obstáculo como una señal del destino. No busca ser «el otro», pero inconscientemente selecciona parejas inaccesibles para confirmar su creencia arraigada de que no merece un amor completo.

EL INFIEL, atrapado en su propia red de contradicciones, suele presentar rasgos narcisistas encubiertos. No es el narcisista obvio y grandilocuente, sino aquel que ha perfeccionado el arte de la compartimentación emocional. Su capacidad para mantener vidas paralelas no nace de la maldad, sino de un vacío existencial profundo que intenta llenar con la validación que obtiene de ambas relaciones. Cada una de sus parejas satisface diferentes aspectos de su ego fragmentado: una representa la estabilidad y el deber, la otra la pasión y la libertad. Su mayor temor no es ser descubierto, sino ser forzado a elegir, pues en su mente, elegir significa perder una parte de sí mismo.

EL ENGAÑADO, contrario a la creencia popular, no siempre es la víctima ingenua. A menudo existe en un estado de negación consciente, un lugar donde las banderas rojas se ignoran activamente en favor de mantener una estabilidad artificial. Su perfil psicológico suele incluir elementos de codependencia y un miedo paralizante al abandono que se disfraza de virtud: ‘soy leal’, ‘soy paciente’, ‘puedo arreglarlo’. En muchos casos, la sospecha de la infidelidad existe desde temprano, pero se reprime porque enfrentarla significaría confrontar sus propios miedos sobre su valía y su capacidad de ser amado.

Los tres participan en una danza psicológica donde cada uno alimenta las heridas del otro. El amante provee al infiel la admiración que añora y que ya no encuentra en casa, mientras que el engañado, con su aparente ceguera, permite que el ciclo continúe. El infiel, por su parte, da al amante la dosis exacta de atención para mantenerlo enganchado, y al engañado, la ilusión de normalidad que necesita para sostener su negación.

Esta tríada disfuncional puede mantenerse en un equilibrio precario durante años, hasta que inevitablemente uno de los tres rompe el pacto silencioso: el amante exige más, el engañado despierta de su negación, o el infiel, agotado por el peso de su doble vida, comete un error que hace imposible mantener la farsa. Es entonces cuando todo se derrumba, y cada uno debe enfrentar no solo las consecuencias de sus acciones, sino las verdades sobre sí mismos que han estado evitando.»

Crédito a quien corresponde.

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